miércoles, 19 de septiembre de 2012

Promesa cumplida [Prussia x Austria]

Éste se trata de un ONESHOT (un sólo capítulo) de género YAOI (chico x chico) de la serie  Hetalia (World Series Hetalia). Sino te gusta esta temática o la serie te aconsejo que entonces no sigas leyendo, ¡Muchas gracias por leer y no olviden dejar un comentario para decir qué les ha parecido!

La pareja que sale en este capítulo es Prussia x Austria (Gilrod o Gilbert x Roderich). 



“Prometimos que nos veríamos algún día, en aquel lugar. Cuando terminaran las guerras, olvidaríamos nuestras batallas y sin rencores, haríamos las paces”

-Roderich… Roderich….

Abrió los ojos al reconocer esa voz. Estos se abrieron y vieron a un sujeto inclinado hacia él, con una sonrisa maliciosa en los labios y penetrándole con aquella mirada especial de pupilas rojas.

-         ¿G-Gilbert? – tartamudeó con dificultad.

No podía creerse que fuera él, pero sí, lo era. Aquel cabello gris era irreconocible. Ese rostro lleno de malicia era demasiado único.

Se despejó de inmediato y miró a su alrededor. Ambos estaban sentados en un banco de algún parque. En mitad de un camino de piedras, estaban rodeados de un jardín sumamente precioso e interminable: pues no se veía nada más que prado y  naturaleza a lo lejos.

Cerca de ellos había varios árboles tapándoles el sol que tanto iluminaba el día. No era un día especialmente caluroso pero debían estar en una estación agradable, como la primavera.

-         ¿Por qué te has dormido? ¿No querías helado? –le insistió de nuevo Gilbert esta vez borrando la sonrisa de sus labios y bajando las manos en las que agarraba en cada una dicho aperitivo.
-         ¿Eh? ¿Helado? ¿Cuándo…

No recordaba nada sobre ningún helado. No sabía que hacía allí, dónde estaba, y sobre todo, qué hacía con Gilbert. Era algo imposible, irreal. Eso no podía suceder; y lo sabía muy bien.

-         Te has dormido mientras iba a por el helado.-le explicó el chico entonces; terminando dándole uno, entrompando los labios y frunciendo el ceño.- me mosquea un poco tu desinterés.-gruñó como último.
-         Gilbert…-volvió a llamarle.

No pudo resistirlo. Se acercó a él hasta rozar la nariz con la suya. En ese instante lo miró fijamente a los ojos, como si en cualquier momento estos fueran a desvanecerse o perder el color.

-         ¿De verdad eres tú, Gilbert?- preguntó.

Debía serlo. Ese aliento cálido sintiéndose sobre su piel, ese aroma...

La bola que había sobre el cono de Gilbert terminó en los pantalones del mismo, incrédulo y nervioso por un acto tan repentino no propio del Roderich de siempre.

-         ¡AH!…-gritó el prusiano alarmado al notar el frío contacto. Se levantó, haciendo así que el helado cayera al suelo. Comenzó a esparcirse la mancha con una mano, aún algo nervioso.- C-Claro que lo soy, ¿No habíamos hecho una promesa de qué tendríamos una cita aquí?

-         Una cita…-repitió Roderich aún atolondrado. Ahora que lo miraba bien, ¿ese era el viejo parque de la plaza? Se le parecía. 

Cómo no iba a recordar la cita; había permanecido en su cabeza desde el día que la prometieron. Cada día había pensado en ella, y siempre había tenido la pequeña esperanza de que algún día se cumpliría.

Era tan surrealista que muchos le habían insistido que dejara de tener falsas esperanzas. "La esperanza es lo último que se pierde" es lo que solía repetirse para no perder el juicio. 

-         Yo sabía que…algún día… -balbuceó entonces con la mirada aún perdida. Sin poder evitarlo, sus ojos comenzaron a desbordar lágrimas silenciosas.

En cuanto las gafas se impregnaron de gotas, se las quitó rápidamente y empezó a frotarse los ojos intentando contener todo lo posible aquel sofoco que se le estaba provocando sin él quererlo.

Las mejillas se le habían tornado rosadas y un ligero temblor recorría su cuerpo. Roderich intentó abrir aquellos ojos azulados hacia Gilbert de nuevo. No quería perderlo de vista por temor a no volver a verlo. Sus ojos acuosos visualizaron su silueta a duras penas; borrosa por las lágrimas, pero aún a su lado.

-         ¿Qué… sucede Roderich? ¿He hecho algo malo ahora?-le preguntó esta vez el joven con un tono de preocupación.

Había estado deseando tanto aquel momento que no pudo evitarlo; alzó los brazos y rodeó al chico, dejándose caer en él y escondiendo el rostro en su pecho. Su helado cayó al suelo, haciendo compañía al de Gilbert que llevaba ahí abandonado por un rato sin que ninguno se hubiera dado cuenta. 

-         Gilbert… No puede ser que estés aquí, a mi lado…-gimió como le fue posible teniendo dificultad por el nudo de su garganta. Para colmo tener la cara pegada a la suave camisa del prusiano no ayudaba mucho.
-         Claro que estoy a tu lado.-le respondió Gilbert tras unos segundos de sorpresa. Le sonrió, acariciándole el cabello con algo de miedo como si en cualquier momento Roderich se fuera a romper de lo tan frágil que parecía.-Hicimos una promesa, ¿recuerdas? Lo que yo prometo lo cumplo.

Esas mismas palabras fueron las que le dijo la última vez que se vieron. Apretó con los dedos las prendas de Gilbert al sentir aquella emoción en su cuerpo por escucharlas de nuevo.

Por eso había estado confiando en él día tras día. Por eso no había perdido la fe. Porque ciegamente había creído en sus palabras, o mejor dicho, porque había creído en él. A pesar de lo surrealista que era una parte de su interior estaba convencida de que, tal como todo de lo que Gilbert se pavoneaba, lo terminaría haciendo. Porque era así de cabezota. 

-         Tonto.-susurró como respuesta.
-         ¡¿Q-qué?!-se alarmó el peliplateado de inmediato frunciendo el ceño y borrando la sonrisa.- ¿¡A qué viene eso?!

La alteración del prusiano no le afectó en absoluto. Lentamente se despegó de su pecho y lo miró a los ojos con una grata sonrisa. Estaba feliz, tan feliz que sentía como si su vida se hubiera completado al fin. Había estado tan vacía.... tan vacía esperando aquel momento.

Sacó un pañuelo de su bolsillo y comenzó a frotar sobre el pantalón de Gilbert con cuidado.

-         Pues porque me has hecho esperar mucho tiempo.-le confesó mientras limpiaba. Por un momento se reflejó en él toda la tristeza que había acumulado hasta ese día.- Pensaba que iba a volverme loco al final.

Frunció el ceño y se le quedó mirando con aquel mohín de preocupación. No había enojo en él, no había rencor; sólo tristeza.

Gilbert rodó los ojos hacia un lado y se rascó la nuca. Una vez Roderich dejó de limpiar y el pantalón quedó “algo” más limpio, finalmente dijo:

-         Lo… ¿Lo siento? No ha podido ser antes.-torció el morro enseguida.-¿Por qué debería disculparme? Ha sido por culpa de la situación, todo nos ha dificultado el camino, ¡no yo! -Ya se estaba alterando, como solía hacer.- ¡Si hubiera sido por mí te hubiera visto años antes!

Enseguida el cuerpo del prusiano que se había comenzado a agitar se relajó en cuanto la mano de Roderich acarició su mejilla.

-         Es que no quiero que te disculpes.-le susurró. En su rostro se dibujaba una pequeña sonrisa; pequeña, pero era una sonrisa después de todo.- Lo sé, sé que ha sido culpa del destino.- Con los dedos acariciaba aquella blanca y tersa piel que tanto había deseado tocar. Mirándole fijamente, el parque y lo de su alrededor se había desvanecido, existiendo sólo ellos dos en aquel mismo instante.- Es más, no sé como expresarte el eterno agradecimiento que siento por haber llegado hasta aquí a pesar de todo.

Éste le devolvió la sonrisa, y con picardía llevó el dedo índice a los labios, señalándolos. Él sabía muy bien como quería su premio. 

Lo poco dotado que estaba sobre ese tipo de situaciones hizo que eso le provocara un vuelco en el corazón mayor de lo normal. Si Gilbert hubiera permanecido así sin decirle más, posiblemente habría terminado asustado echándose hacia atrás a pesar de lo mucho que ansiaba esos labios; sin embargo no parecía que Gilbert se lo hubiera pedido, ya que lo amarró de la muñeca y lo tiró hacia delante para que ambos terminaran besándose.

Esos labios presionando los suyos debían ser reales, de cualquier forma o manera. Los sentía demasiado;  eran demasiado cálidos. Cerró los ojos sintiendo un cosquilleo por todo el estómago, olvidando todo; incluso el tiempo y el espacio. ¿Era así como se sentía uno al besar a alguien? No,  estaba convencido de que no. Era porque estaba besándolo a él. Besando a esos labios que por tiempo le habían parecido tan inalcanzables. 

No quería apartarse, quería estar así un poco más. Pero Gilbert se despegó de él suavemente. Interpuso entre sus labios y los suyos el dedo índice que antes había alzado y le susurró:

-         ¿Sabes lo mucho que deseaba decirte que te amo mientras nuestros rostros se ven así?-Apartó la mirada de sus labios y con atrevimiento la alzó hacia sus ojos. Ahora era él quién estaba a punto de llorar.-Créeme no eres el único que lo ha pasado mal.-de nuevo sentía su respiración suave.-He sufrido mucho al ver que era incapaz, debido a que…

Roderich cerró los ojos con fuerza con el corazón encogido. Sabía lo que Gilbert le iba a decir; no había querido ni siquiera pensarlo porque algo le decía que todo terminaría esfumándose.

Inclinados ambos el uno hacia el otro; la mano de Gilbert se deslizó hasta debajo de su barbilla. Mientras Roderich no abría los ojos por el miedo que empezaba a sentir.

-         ¿Entonces tú… de verdad…-se atrevió a decirle con dificultad sin parpadear una pizca y con todos los músculos tensos.

Evidentemente era verdad; no sabía por qué estaba preguntando algo que desde un principio había estado claro. Una parte de él negaba que fuera cierto; pero no debía engañarse así mismo.

Una pena y dolor invadió su cuerpo; ya tan familiares para él pues las había estado sintiendo desde hace muchos, muchos años. Por un momento se había olvidado de ellas. La realidad le azotó en ese instante, despejándole de ilusiones.

-         Estás muerto, Gilbert, ¿Verdad? –preguntó y se atrevió a abrir los ojos.

Lo cual fue un error. Al abrirlos lo único que vio fue el techo de su habitación. Tragó saliva y acarició su propia mejilla, aún sintiendo el tacto de la mano de Gilbert en ella; como si la hubiera apartado tan sólo un segundo antes de haberlos abierto.

Apretó los labios y entrecerró los ojos con angustia. De nuevo las lágrimas salieron de sus ojos; esta vez cayendo en el colchón, acompañadas de pequeños quejidos. Sus puños apretaban las sábanas con impotencia.

“Hicimos una promesa, ¿recuerdas? Lo que yo prometo lo cumplo.”  Resonaba en su cabeza.

Sabía que Gilbert cumpliría su promesa, fuera como fuera; encontraría la manera. Rompiendo lo imposible, haciéndose camino en lo abstracto pudiendo llegar hasta él... mediante un sueño.

LAUZ









martes, 18 de septiembre de 2012

Sólo una vez [N. Italy xPrussia] + 18


Éste se trata de un ONESHOT (un sólo capítulo) de género YAOI (chico x chico) de la serie  Hetalia (World Series Hetalia). Sino te gusta esta temática o la serie te aconsejo que entonces no sigas leyendo, ¡Muchas gracias por leer y no olviden dejar un comentario para decir qué les ha parecido!

La pareja que sale en este capítulo es Prussia x N.Italy x Germany. Una especie de triángulo amoroso. Y este capítulo contiene escenas eróticas de +18 así que absténgase menores =).




Le amarró de la barbilla con fuerza y lo besó violentamente con una lujuria que hizo que al separar los labios un fino hilo de saliva los uniera.

-         No, Gilbert…-le susurró después de haberle provocado un gemido con aquello, a pesar de que había sido un beso forzado.

Feliciano le miraba sonrojado y con gesto de compasión. Apoyaba las manos sobre su pecho, como si tuviera la intención de tirarle hacia atrás, sólo que no hacía ningún tipo de fuerza por lo que no servía de nada . Ambos cuerpos estaban prácticamente pegados el uno al otro, friccionándose inconscientemente. Aunque era Gilbert el que pegaba su cuerpo contra el suyo buscando su calor.

-         Vamos, Ita-chan, en el fondo sé que lo estás deseando…-le murmuró en el oído después de lamer su cuello y cualquier tramo de piel que encontrara suya que tan carnosa y sabrosa le parecía. Era como si se tratara de un lobo ansioso en alimentarse de su presa.-Déjame por una noche…sólo por una noche serás mío…

Los temblores del pequeño pelirrojo ocasionado por sus palabras no hicieron otra que provocarle aún más. Ambos sabían que lo que estaban haciendo estaba prohibido, y aún así, no podían evitar continuar. A pesar de que éste le negaba en susurros; su cuerpo ardiendo, sus ojos entrecerrados por el placer y esos coloretes sonrojados de la vergüenza  le decían lo contrario. O al menos, era un razonamiento perfecto para no sentirse culpable.

Le zafó de las mejillas con ambas manos para besarlo de nuevo; esta vez introdujo la lengua descaradamente. Claro que quería continuar, sino no seguiría el ritmo del músculo que jugaba con su lengua de aquella manera. Eso le animó aún más, sin dejar de besarle comenzó a desabrocharse el cinturón del pantalón con una mano.

-         V-vas borracho, Gilbert…-le avisó Feliciano en cuanto escuchó el sonido de la hebilla, alarmándose por ello.-Sabes que yo…
-         Sí, que quieres a mi hermano. Ya lo sé.-le interrumpió con un tono de molestia en su voz. Sin embargo no le hizo caso.-Pero sabes, a mí siempre me has gustado.-Parecía muy decidido.- Mucho antes de que mi hermano se fijara en ti.-chascó la lengua mirando hacia un lado.- Ese petardo ni siquiera te tenía en cuenta...-volteó los ojos hacia él.-...y para mí ya me parecías adorable.   

El calor que propagaban sus cuerpos había caldeado la habitación de una manera sobrenatural; aquello era un horno. Lo cual, incitaba más a desnudarse; cosa que no tardó Gilbert en hacer despojándose de su camisa. No se quitó los pantalones, los bajó lo suficiente como para sacar su miembro. Sin esperar ni cinco segundos, le bajó los suyos y se inclinó hacia delante.

- No digas más esta noche, Feliciano.-le murmuró con tono excitado mientras ambos sentían, cada uno a su gustosa manera, como el miembro rozaba en la entrada.

 A pesar de estar en mitad de aquella locura placentera; que Gilbert se le dirigiera por su principal nombre,  le provocó un vuelco al corazón.

-Tanto tú…como yo, no diremos nada…No nos conviene…-le iba diciendo el peliplateado al mismo tiempo que comenzaba a penetrarle, lo que así le era inevitable entrecerrar los ojos y sonrojarse como el pequeño; que los cerraba con fuerza.-Déjame disfrutar de ti…Aunque sea sólo una vez en mi vida. A cambio, podrás disfrutar del maravilloso Gilbert.

Por un momento se miraron a los ojos; teniendo una extraña conexión que hizo alejar cualquier problema, cualquier situación, cualquier cosa relacionada con ellos, incluso Ludwig, el hermano menor tan importante para uno y la pareja que tanto amaba el otro. Ese acto fue el concluyente y el que hizo que ya ninguno de los dos, en especial Feliciano, intentara razonar más.

La ferocidad con la que le agarraba Gilbert para embestirle; estirando del cuello de su camisa, presionándole las piernas lo más arriba posible y apretándole con fuerza de la cintura; parecía que éste hubiera acumulado tanto aquel deseo de tenerle que ahora había dejado liberar lo que se había convertido en una fiera enloquecida. Parecía que Gilbert tan sólo lo quisiera para el coito y no le importara lastimarlo con sus manos o con la fuerza de su pelvis. Pero si le estaba utilizando o no, si había sido el alcohol que había tomado, eso ya no importaba. El mal ya lo habían hecho; y ya no había vuelta atrás.

Quizá fueron esas las últimas conclusiones de ambos para no sentirse tan culpables.

-         ¡¿Qué os parece?! ¡¿A qué es mona?! –bramó emocionado Gilbert mientras daba varias palmaditas a la espalda da la jovencita rubia que mostraba a Feliciano y a Ludwig.- Empezamos a salir hace una semana, ¿Os hace ir a la bolera o los recreativos los cuatro juntos?

Ludwig y Feliciano miraron a la muchacha con una mezcla de sorpresa y lástima. Sabían que sería un romance de unos pocos meses y tarde o temprano cortarían; al menos era siempre eso lo que pasaba con los noviazgos express de Gilbert. Esta vez la jovencita, llamada Liechtenstein, parecía de corta edad y su rostro inocente se mostraba como asustado. Era como una muñequita con aquellos ojos grandes y piel porcelana. Sin saber el por qué; Feliciano lo primero que pensó al verla era que Gilbert tenía un gusto “peculiar”; como si tuviera una extraña obsesión en aquellas personas pequeñas y de parentesco frágil. Por un momento el rostro de  Liechtenstein le recordó al suyo; comprendiendo que tenían ese mismo parecido. Inevitablemente, con eso, recordó lo de aquella noche.

Aceptaron la propuesta y las dos parejas marcharon al centro comercial más cercano para entrar a los recreativos y pasar el rato.

Cuando se metieron a la bolera y por equipos comenzaron a jugar, de tanto en tanto Gilbert pasaba el brazo por detrás de la jovencita y le besaba. No sólo un beso; habían manoseos, besos con lengua y de tanto en tanto el juguetón de ojos rojos le gustaba levantarle la falda o meter directamente la mano donde no debía. La pobre chica en esas situaciones parecía pasarlo bastante mal; incluso en un momento anunció que tenía una emergencia y se fue directa al baño con los ojos lacrimosos.  

-         ¿Estás cansado?
-         ¿Eh?-respondió Feliciano despertando de su ensimismamiento. Se dirigió a Ludwig y pensó en lo que le había preguntado.-Un poquito sí, jeje.

Con una sonrisa, se inclinó con delicadeza hacia el alemán y reposó el cuerpo en su esbelto y musculoso brazo. Ese que tanto reconforte y seguridad le otorgaba. 

-         ¿Dormiremos juntos hoy, verdad?-le preguntó bajando un poco más la voz de lo habitual, asegurándose de que sólo él le escuchara.
-         Hmm, claro que sí.-le contestó con torpeza el rubio que, como siempre que le decía ese tipo de cosas,  se le había puesto la cara como un tomate.- Oh, creo que te toca a tirar a ti.

Efectivamente, Gilbert ya había tirado su bola (que por cierto era el que iba ganando, Ludwig como segundo) y ahora le tocaba a él. Arqueó el morro hacia abajo, sin querer despegarse de éste. Se levantó, intentando animarse por el camino (pues se le daba fatal y estaba perdiendo), cuando fue a coger una bola y alguien lo abrazó por detrás de sorpresa; reteniéndole allí por varios segundos. 

-         ¡Te pillé, no pienso dejarte tirar la bola, muajajaja!

Era Gilbert quién lo había cogido. Le miraba con picardía y ahora lo retenía de las axilas. Volteó la cabeza para reconocerle, y cuando lo hizo y le vio el rostro de tan cerca no pudo evitar sonrojarse y ponerse muy nervioso. Porque aún se acordaba de la última vez que lo tuvo así; y en esa ocasión se acercaron hasta besar sus labios. 

Las cosas debían ser como antes aunque después de aquello fuera imposible. No podían, al menos él, hacer como si nada hubiera sucedido y nada de aquella noche hubiera pasado de verdad. Pero tampoco podían darle importancia; pues si así fuera no podrían estar en esa misma situación. Ambos sabían que desde aquello, la percepción del otro había cambiado. Sin embargo, también sabían que eso con el tiempo sería diferente y terminaría “olvidándose”, o mejor dicho, siendo cada vez más insignificante. Él porque amaba a Ludwig realmente, y Gilbert o bien por qué quería a su hermano y aceptaba renunciar a él o directamente porque nunca fue así y tan sólo quiso usarle para esa noche.

De una cosa estaban muy seguros, y era que eso no volvería a suceder nunca más. Era algo que formaba lo imposible como si fuera un sueño pero que se había escapado hacia la realidad por algo indescifrable y enigmático que ninguno de ellos entendía. Desconocían si algún día volvería a pasar aquella “oportunidad” de comenzar algo así; y aunque la fuera ninguno de los dos lo haría otra vez. Pues si hubiera una segunda ya no podría tomarse aquello como una nimiedad. Y sabían de sobra pero no podían librarse de culpa alguna así, pero el trato con aquel diablo lujurioso consistía en eso; en que tan sólo se tratara de una sola vez.

Pues de lo contrario se formaría lo caótico.




LAUZ  








lunes, 17 de septiembre de 2012

Días de lluvia [Alfred x Arthur/ USUK]

Éste se trata de un ONESHOT (un sólo capítulo) de género YAOI (chico x chico) de la serie  Hetalia (World Series Hetalia). Sino te gusta esta temática o la serie te aconsejo que entonces no sigas leyendo, ¡Muchas gracias por leer y no olviden dejar un comentario para decir qué les ha parecido!

La pareja que sale en este capítulo es Alfred x Arthur (Inglaterra x America).



Por naturaleza, las personas creen. En Dioses, en objetos, en otras personas… Aunque ellas quieran desconfiar, aunque deseen ser precavidas, para sentir seguridad en su vida y en el mundo necesitan al menos confiar en ciertas puntualidades.

Con lo mentiroso que era el humano y lo mucho que podía confiar una persona de otra, ni en ocasiones era necesario el tiempo y la cercanía.

¿Cuál fue la última vez en la que él depositó sus confianzas en algo? Se preguntaba Arthur mientras encajaba la llave en la cerradura de la puerta de su apartamento, invadido por la oscuridad de la noche que reinaba en aquel momento. La abrió y con cuidado la empujó con la mano que agarraba el maletín de piel.

Sí, ya recordaba la última vez que había confiado, y amado también, en alguien. Después de todo, ambos términos estaban conectados. Si amabas a una persona debías confiar en ella, y por amarla, en fin de cuentas, se convertía en la persona en la que más confiabas.

Con su habitual gesto irritado entró por el pasillo, colocando las llaves sobre la mesita del recibidor. Tras cerrar la puerta, encendió el interruptor más cercano y de esa forma, colocó el abrigo negro y el maletín en el perchero de al lado de la puerta.

Él tenía una concepción del mundo quizá diferente a muchas personas. Sólo una vez, tan sólo una pequeña vez, esa visión se transgiversó, creando un haz de luz en aquella opaca tiniebla que había invadido siempre su futuro. 

Y es que Arthur tenía muy claro que nada duraba para siempre. Ya no sólo porque la vida fuera corta y todo el mundo tenía que morir, tarde o temprano. Sino porque él sabía que las personas no podían estar siempre a tu lado. Vivas o muertas, ellas debían alejarse de ti en algún momento.

Por tanto, ¿Para qué depender de algo que desaparecerá dentro de un tiempo? La dependencia a algo, y más a una persona, luego se convertía en dolor. En un dolor trágico difícil de soportar que amargaba y sobre todo, desesperaba.

El resto solía negar tales afirmaciones, sí. En especial, aquellos felices países que vivían con demasiado optimismo desechando los aspectos pesimistas de la humanidad como sino fueran ciertos tan sólo por vivir en un mundo considerado perfecto. 

El inglés se acomodó en el sofá del comedor que aún mantuvo a oscuras. Con la poca luz que venía del pasillo, contempló su mano que alzó hacia el techo. Se miró los dedos que estaba tensando.

No pensaba así porque estaba amargado. Quizá pensando así era lo que le amargaba. Aún así, prefería ser consciente de ello. No más dolor, las personas no te acompañan hasta la muerte. Todo eso era una farsa.

Bajó la mano poco a poco hasta posarla en el pecho. Sabía que a veces las personas amadas duraban hasta tal punto. ¿Pero era cierto? ¿De verdad tantos años se habían amado? O en realidad… ¿Dependían tanto el uno del otro que no se alejaban por miedo a quedar solos?

Había que ser realista. Simplemente realista. Al final, el amor pasaba a necesidad y conveniencia, nada más. Y por ello, la existencia de amados que duraban por tanto tiempo.

Se volteó hacia un lado y observó el suelo de la habitación. Entrecerró los ojos verdes que brillaban con aquella poca luz. Él no quería un falso amor, no quería algo por conveniencia; quería un verdadero amor.

Como aquel amor que creyó una vez y que, de nuevo como todo, se disolvió.

-         Soy un idiota…-murmuró para sí mismo convirtiéndose así en un murmullo casi inteligible al apretar la boca contra el brazo que estiraba.

Bajo las sábanas blancas, en aquel frío invierno, estaban tapados y disfrutando del calor corporal que se daban el uno al otro desnudos. Notó como la mano de éste  le acariciaba el torso, bajando lentamente hasta rozar su estómago y pelvis.

- Alfred…-lo llamó en aquel momento y el nombrado ladeó la cabeza hacia arriba para penetrarle con aquellos ojos color cielo.- Alfred, ¿Cuánto me amas?…

Se dibujó una pequeña sonrisa en el rostro del americano, la mano siseó hasta salir  de las sábanas y así acariciarle el  rostro.

-         Te amo tanto que nunca te dejaré solo, pase lo que pase estaré a tu lado. Te lo prometo.-le farfulló acercando el rostro al suyo y rozando los labios en su piel al decir aquellas palabras. Su aliento le provocó cosquilleos.

Arthur cerró los ojos lentamente, asimilando aquellas palabras nuevas para él, o al menos eso quería pensar: que fueran diferentes a las demás. Y por primera vez, creería en esas palabras que hacia años catalogaría como huecas.

Alzó un poco la cabeza al escuchar el incesante goteo. Pudo ver por los cristales de la ventana más cercana como gotas empezaban a caer cada vez más rápido desde el cielo. Aquella noche llovería. Y desgraciadamente, contemplaría la lluvia solo. Como siempre había pensado que acabaría. Quizá en el fondo siempre lo había estado esperando; aunque sabía que no en aquellos momentos. No en esos momentos en los que había pasado con él, no en esos días de lluvia que en su entonces sí que los había compartido.

-         llueve…-titubeó tembloroso saliendo de sus comisuras vaho. Con cuidado, echó la cabeza hacia atrás para mirar por la ventana y ver como la lluvia manchaba los cristales.
-         ¿tienes frío?-le respondió el otro apretando así con sus manos la manta que tapaba su cuerpo, acomodado en la mesa.
-         Realmente no tanto.-a pesar de la respuesta él también se apretujó contra el tejido mientras volvía la cabeza hacia delante para ver al muchacho de más de cerca.- Estoy acostumbrado a los días de lluvia y al frío.

En ese silencio, los ojos de Arthur se rasgaron como dos rajillas, observándole detenidamente.

-         Cuando no discutimos, parece esto tan tranquilo...-añadió entonces.

La sonrisa infantil del americano fue la respuesta, para luego abrazarle y rodearle con aquellos grandes brazos que tanto le cobijaban. Aquella risa que en ocasiones lo impacientaba; pero que en aquellos momentos sonaba agradable. Una risa mezclada con el tintineo de aquellas gotas tan frías que, en conjunto, se volvían una hermosa melodía.

Por un momento aquella risa volvió a sus oídos, como si pudiera escucharse de algún lado. Fue tal la sorpresa, que el bello de la nuca se le erizó; sintiendo un escalofrío por todo el cuerpo. Con cada extremidad tensa, volvió a mirar por la ventana; como la lluvia había aumentado y ahora no podía si quiera verse el otro lado de la calle. La noche incluso se había vuelto más oscura.

En el tiempo en el que dio un parpadeo contempló entre las gotas una silueta familiar que no tardó en desaparecer. Miró alarmado donde la había visto y con el corazón en un puño, se alzó corriendo del sofá para arrimarse a la ventana.

No tardó en abrirla. Ignoró el frío que el viento de la lluvia daba, también la humedad de ésta que no tardó en azotarle el rostro. Con ello, el ruido de la lluvia aumentó, resonando en sus oídos fuertemente. Entrecerró los ojos para intentar ver a través de la lluvia. Pero no, la silueta no volvía a aparecer.

A pesar de saber que siempre quedaría solo, por un momento había tenido la estúpida esperanza de que podría volver a tener la oportunidad. Era como si, por momentos, su cabeza de verdad quisiera creer en los finales felices, en un para siempre. Quizá más que su cabeza era su corazón.

Para que mentirse así mismo, eso no era cierto. Un trueno resonó muy cerca, y el relámpago no tardó en aparecer y alumbrar por unos segundos la estancia a oscuras que le rodeaba.

¿Por qué a pesar de no creer, en aquellas noches de lluvia continuaba esperándole?

Alfred lo abrazó fuertemente contra él, haciéndole callar de repente. Apoyando la cabeza y manos sobre su pecho, parpadeó con los ojos de par en par. Enseguida se apartó de él con brusquedad.

-         ¡Alfred, te he dicho que no estoy para abrazos!- bramó con un irritante tono .-¡Perdona…!

A veces tenía esos días. Esos días que era la persona más repelente del universo. Suponía que esos días los podía tener todo el mundo, aún así se sentía muy único y especial y no le agradaba en absoluto.

Salió de la casa, sabiendo que si se quedaba allí un tiempo más con Alfred lo pagaría con él. Se había esforzado mucho desde que empezaron juntos a no ser tan cascarrabias, sobre todo en aquellos días. Se había esforzado en mostrar su amor todo lo posible, ahora no quería arruinarlo.

Sabía que había rechazado su abrazo, pero cuando estuviera más calmado y tranquilo volvería para devolvérselo.

Y así hizo, sin embargo al volver pudo contemplar algo que ojala nunca hubiera visto.

-         Mira, Matthew, no funciona así que… No hay otra que dejarlo.

Las palabras de éste se repitieron en su cabeza por un momento. No tardó en silenciar sus movimientos y en esconderse lo suficiente como para que no le vieran ninguno de los hermanos. Tan enfrascados, no debían haber escuchado la puerta de salida abrirse.

Se podía imaginar de qué hablaba Alfred pero no quería asimilarlo. No…

-         Bueno, si tú piensas que es lo mejor para ti y para Arthur, yo te apoyaré, Al.-fue lo que respondió la voz pausada de Matthew.

Sí, estaban hablando de lo que él imaginaba. No quiso escuchar más, para él esas palabras ya eran tan dolorosas…

El hilo débil y fino que unía a ambos se quebró en ese momento. Un hilo que él había forjado con esfuerzo, con esmero y en especial, con esperanza. Esa esperanza ahora quedaba tan lejos, tan falsa.

Aún siendo  un impulso del americano del que luego se arrepentiría, aún siendo tan sólo pensamientos que había compartido con su hermano, se sentía mal. Sentía como si esa mentira que había evadido siempre volviera de nuevo. 

El mundo que había rechazado para creer en algo que iba en contra de sus principios, resurgió.

Tan frágil… Prefería ocultar esa fragilidad que había mostrando a Alfred aquellos días en sus momentos de ansiedad pero que ya, con tanta duda, no tenía sentido alguno.

Y por esa razón, porque él mismo lo decidió, dio fin a la relación entre él y Alfred.

¿Dónde estaban aquellas palabras, ese “pase lo que pase estaré a tu lado”?

Al mismo tiempo que resonaba otro trueno, el timbre de la casa sonó.

En un minuto ocurrió una gran variedad de acciones: Arthur alzándose rápido, corriendo por el comedor casi tropezando con el dobladillo de la alfombra; esquivando las sillas, la mesita del recibidor, llegando a la puerta con la cual casi choca por no frenar a tiempo; su mano nerviosa abriéndola de un impulso, su respiración cortante rompiendo el silencio, su corazón alterado, su mirada clavada al frente donde…

No le esperaba nada.

Sólo la lluvia caer, con ese olor a tierra mojada.

Sus ojos brillaron al llenarse de lágrimas. Porque a pesar de no creer en nadie, aún tenía la esperanza de que Alfred volvería.

Ni con miles de disculpas ese hilo pudo volver a forjarse. Por ende, no tenía  sentido seguir con Alfred si ya no creía en él. Y si ya no creía en él, Alfred no tenía por qué volver.

Eso dolía, dolía porque continuaba amándole.

Finalmente se desbordaron las lágrimas de sus ojos, acompañando la lluvia que se mostraba ante él.



LAUZ




domingo, 16 de septiembre de 2012

Dulces noches por venir [Marceline x Bubblegum]

Éste se trata de un ONESHOT (un sólo capítulo) de género YURI (chica x chica) de la serie Hora de Aventuras (Adventure's Time). Sino te gusta esta temática o la serie te aconsejo que entonces no sigas leyendo, ¡Muchas gracias por leer y no olviden dejar un comentario para decir qué les ha parecido!

Consejo: El episodio está basado tanto en el capítulo Ven Conmigo donde Marceline llama por su nombre a la princesa (Bonnibel) para dirigirse a ella (ésto sólo sale en la versión inglesa, en la española no me preguntéis por qué no lo dijeron) y sobre todo en el capítulo Lo que Fallaba que es donde se delata ciertos sentimientos tanto por parte de Marceline como de Bubblegum. Así que, para entenderlo del todo aconsejo antes ver ambos capítulos.


Se trataba de odio, o eso había creído hasta hace unos días. Siempre le había molestado su reacción; le irritaba el hecho de que sin ninguna razón la tratara con aquel desprecio y de esa manera tan irritante. Si se acercaba le ponía mal gesto, si por casualidad había algún momento en que debían intercambiar alguna palabra entonces o le respondía de mala gana o ni siquiera lo hacía.

La cabeza de Marceline flotaba del revés, haciendo que el cabello negro tan largo y alborotado cayera tal como una cortina; meciéndose con el viento de las montañas. Levitaba a muchos kilómetros del cielo, meditativa en sus propios pensamientos. Muchas noches eran así de aburridas y después de saciar su hambre no tenía nada que hacer después de haber procurado buscar las sensaciones más arriesgadas y atrevidas posibles existentes en la tierras de Ooo. Sino encontraba ningún entretenimiento más; al final siempre terminaba reflexionando esas estupideces.

Siento no tratarte como una diosa,
¿Eso es lo que quieres que haga?

Siento tratarte como sino fueras perfecta…
Al igual que lo hacen tus pequeños súbditos.

Sí, recordaba las palabras que había usado en aquella composición improvisada. Se había dejado llevar por la rabia del momento; la cara de esa princesa mirándole ofendida, habiéndole llamado desagradable a su canto, le había irritado de tal modo que todo fue un arrebato instantáneo. Siempre había sido una verdadera confusión la princesa Bubblegum y su odio inexplicable hacia ella. Había sentido ese rechazo en muchas ocasiones; pero aquel día, en aquel momento de inspiración y con su bajo-hacha en mano, no había podido evitar explotar y expresar lo que sentía.

Nunca había obedecido las órdenes de nadie, y mucho menos lo iba hacer del reino Candy Kingdom, o mejor dicho de la princesa Bubblegum. Ella siempre había ido a su aire, siguiendo las normas que ella misma dictaba. Si eso había sido lo que había causado su odio entonces tan sólo era una niña mimada e hipócrita.

Sus ojos oscuros como la noche estaban clavados en el horizonte. No todos podían alardear de tales vistas. La mayoría podía verlo cuando sólo una pizca del enorme sol se asomaba bañando todo el cielo de una intensa y hermosa luz anaranjada pero no todos podían desde tan alto y ya sólo contados lo podían hacer de esa especial manera. A Marceline le gustaba verlo así; del revés, aunque sin duda le inquietaba bastante ya que eso significaba que tenía pocas horas para volver a un lugar oscuro.

Por suerte, aún faltaban algunas horas para que eso sucediera y por el momento visualizaba un oscuro y penetrante firmamento bañado por la poca de luz de aquellas estrellas. El paisaje que siempre le acompañaba.

Lamento no ser de azúcar
Y no ser lo suficientemente dulce para ti

¿Es por eso que siempre me evitas?
Debo ser tan molesta para ti

Esas palabras de nuevo. Siempre que cavilaba el mismo tema intentaba evitarlas; pero por alguna razón las pensaba sin darse cuenta. Era recordar la canción; y ya podía recitar sólo el principio, que el resto siempre venía después… Ese día, las frases compuestas surgieron  como semillas brotando de su interior. Le dolía admitirlas, no por lo que decían sino por qué realmente eran sinceras. Había expresado lo que su corazón sentía. Tanta rabia y frustración pero en el fondo una enorme tristeza que la hundía.

Ya lo decía en la canción; lo lamentaba. En el fondo, lamentaba no ser lo suficiente apta para la princesa encaprichada. Su orgullo y libertad impedía que eso cambiara; aún así contradictoriamente le dolía que la situación tuviera que ser así.   

Cerró los ojos, aspiró cogiendo todo el aire que los pulmones le permitían y abrió la boca para susurrar con suavidad:   

Soy  tu problema…
Soy tu problema…
Es como ni siquiera fuera persona

Porque la letra seguía ahí, y enseguida el estribillo venía y como si fuera de forma obligada, salía por su garganta y terminaba cantándolo. Aún sin música, se acordaba de cada letra. No sucedía con todas las canciones; sólo esas que habían surgido de un verdadero sentimiento; tal como aquella que dedicó una vez a su padre sin darse cuenta delante de Finn. No expresaba nunca sus sentimientos, pero con las canciones Marceline era como un libro abierto. Siguió cantando:

Y yo..
Soy tu problema
Bueno… no tengo que justificar lo que hago
No tengo que demostrarte nada…

Lamento existir,
No tenía la intención de estar en tu lista negra

No, no había tenido nunca esa intención aunque la princesita pensara que sí. Y podría demostrarlo, pero tal como dijo delante de ella con su canto, no tenía por qué hacerlo.

Y de nuevo la sensación de tristeza y lamentación la inundaban por dentro, escondidas entre la rabia y la frustración que servían como excusa perfecta para no sentirse tan vulnerable. Porque odiaba sentirse de esa manera por otros y prefería estar divirtiéndose o haciendo algo más productivo que ir llorando por las esquinas.

Abrió los ojos, alzó los brazos y extendió los dedos de las manos; se quedó un tiempo mirándolos. Debía ser el hambre; sentía que debía alimentarse del ardiente color rojo de alguna de sus víctimas.   

El ánimo que empezaba acrecentarse le hizo entonces recordar algo. Bubblegum tampoco debía odiarle del todo; no al menos guardaría una de sus camisetas como pijama si así fuera. Esa camiseta que la había dado por perdida… se la había quedado la chica y lo más sorprendente; es que parecía tenerla estima.

Las piezas no encajaban y nunca llegaba a una conclusión en claro cada vez que su mente visualizaba a la jovencita de cabellos rosados con la camiseta puesta. ¿Le gustaba el grupo musical? ¿Bubblegum escuchando Heavy Metal?  

No pudo evitar soltar una carcajada. Sin duda era gracioso pensar algo tan disparatado. Pero sino era así, tampoco había otra explicación. Una cosa estaba clara, y era que la camiseta le debía gustar hasta tal punto de ser su objeto más preciado puesto que fue eso lo que el ladrón le robó. Ni siquiera cuando estaba en sus manos le tenía tanto cariño; al perderla incluso ni le dio importancia.

-         Vaya…-comentó al reconocer una torre y volteándose del derecho.

Bajo su cuerpo estaba el elaborado reino de dulces. Tampoco era tan de extrañar; flotar sin un rumbo fijo le había llevado en varias ocasiones hasta allí sin darse cuenta. Ahora, sí, era la primera vez que lo sobrevolaba desde que aquel incidente en el que se confesaron tantas cosas. Por su parte sus sentimientos; y por parte de la princesa el secreto de guardar con cariño una prenda suya sin ninguna razón aparente.

¿Era verdad o tan sólo había sido una mentira? Aunque no encontraba el sentido de mentir sobre algo así. Mejor habría quedado si hubiera dicho que la guardaba para mantener su odio eterno o algo parecido…

Sin darse cuenta había ido descendiendo. Se encontraba apoyada en el techo de alguna de esas torres y miraba al frente; directamente hacia la ventana donde sabía muy bien que debía dormir la princesa.

No se había olvidado del gracioso momento de la confesión de la joven. Admitía que por un segundo le había parecido dulce y agradable. En realidad porque, por primera vez había sentido que tenía algún tipo de interés en ella. Siempre había sido tan repelente que era lógico que el contraste le hubiera llamado la atención.

Sonrió y fugaz como un rayo, con una  humareda negra su cuerpo desapareció dejando el de un pequeño y divertido murciélago. Pronto, la guardia que creó haber visto una silueta en el cielo olvidó sus sospechas de inmediato al haberla perdido de vista.

Es ridículo que a eso le llamen guardia Real” pensó al colarse por la ventana sin ningún problema y por supuesto refiriéndose a los leales súbditos de los que la princesa tan orgullosa se sentía.

Y ahí dormía ella. Plácidamente sobre la cama, acurrucada hacia un lado, y ocupando el resto de almohada con su arrosado y azucarado cabello extendido. En la oscuridad apenas podía apreciarse los detalles, pero cuando Marceline se acercó no hubo tampoco muchos resultados, puesto que la joven dormía contra las sabanas ocultándose el cuerpo entero.

Gruñó molesta, volviendo a su forma original. Por un momento tuvo la sensación de encontrarse dentro del papel de esos vampiros que esperaban la ocasión perfecta para succionar la sangre de sus preciosas víctimas; jovencitas y hermosas doncellas indefensas durmiendo. Aunque precisamente quién tenía en frente no debía componerse de algo tan normal como lo de una chica corriente; pero no pudo evitar teniéndole cerca sentir que era de verdad hermosa. Mostrando un gesto placentero, sus facciones relajadas resaltaban mucho más su belleza a diferencia de ese ceño fruncido que siempre le había dirigido. Y sus párpados… realmente eran largos y abundantes. En su cabeza no brillaba la habitual corona que debía reposar en algún lugar de la habitación. Sin esa corona parecía menos poderosa. Como si fuera más accesible.

Extendió un brazo y levemente le acarició la mejilla; con curiosidad del contacto. Cálida; la muchacha estaba muy cálida a diferencia de la fría temperatura que ella tenía. Y no sólo eso; sabía que por lógica debía estar dulce. E inconscientemente se rechupeteó las labios. ¿Cómo debía ser una sangre dulce y cálida? Era un diferente sabor que no había tenido oportunidad nunca de adquirir. Por no decir que sabía que no debía ser necesario ni siquiera recurrir a su sangre para obtenerlo y eso era aún más tentador.

- ¡Marceline!

La joven había abierto los ojos de par en par; con un gesto de completo asombro en el rostro. No era de extrañar, la nombrada se había posicionado encima suya por completo haciendo caer los alborotados mechones azabache sobre ella.

-         ¿¡Qué es lo qué…?-empezó a decirle la pelirrosa en un tartamudeo; no parecía saber bien cómo expresar tal confusión.

Marceline bajó el rostro hasta el suyo y abriendo ligeramente las comisuras pasó la lengua por su mejilla; cumpliendo así su repentino capricho. Por no decir que la chica estaba más apetitosa de lo que esperaba; de tal modo que no duró ni dos segundos con la boca cerrada para volver a repetir el mismo acto aunque esta vez pasando de la mejilla al cuello.

-         …Llamaré a la guardia…-le amenazó entre lo que parecían ser gimoteos; costándole varios segundos en reaccionar y decirlo. Le apretaba de los brazos con fuerza, quizá intentando detenerle aunque no apreciaba muchos signos de oposición.

No le intimidó pero le molestó su reacción. Tampoco había hecho nada malo. Se apartó de ella y le miró con el ceño fruncido.

-         Como siempre, tan agradable conmigo.-refunfuñó y apretó las sabanas que ella agarraba y estiró.-Me apuesto lo que quieras que todo eso de mi camiseta debió ser una farsa que maquinó Finn para que yo…



Después de algunos forcejeos con la princesa que no se dejaba destapar, consiguió hacerlo. Se quedó a media frase al ver con sorpresa como la chica verdaderamente cumplía con su confesión. La dichosa camiseta la llevaba puesta.


-         No me lo puedo creer.-soltó con la boca medio abierta.

El rostro sonrojado de la chica era hasta aún más tierno que la última vez que le vio con ella puesta. Parecía entre avergonzada y enfadada y con rapidez se volvió a ocultar el cuerpo con las sábanas.

-         Marceline, esto es allanamiento de morada.-refutó con su afinada voz pero con aquel rintintín lleno de tanta superioridad.- Llamaré a los guardias como no te vayas de inmediato.-con los puños apretándolos en las mantas, le miraba y de tanto en tanto desviaba los ojos hacia un lado como sino los pudiera mantener fijados en ella. 

Tragó saliva y aspiró. Se dejó caer, quedándose sentada en el colchón. La miraba aún perpleja; incapaz de reaccionar. En el fondo, le había parecido todo tan surrealista que no se lo había creído. Como si formara parte de un sueño.

Algo parecido a la esperanza comenzaba a aflorar en su interior. Una esperanza que jamás había sentido y que como la magia, hacia desaparecer esa tristeza que había estado aguardando durante todo ese tiempo. 

Volvió a dejarse llevar por los impulsos y de un movimiento avanzó hacia delante arrinconando de nuevo a la princesa contra su cuerpo.

-         Bonnibel, ¿Por qué la tienes?-le susurró en el oído.

 Sin querer, ascendió la pierna que tenía flexionada presionándola contra la entrepierna de ésta y la nombrada suspiró entrecerrando los ojos. Sus cachetes seguían teniendo aquel hermoso rosado. La pelirrosa le volvía apretar de los brazos, pero de nuevo ella no le alejaba, tan sólo le apretaba. 

Sacó la lengua; esta vez para lamer su dulce oreja. Fue una respuesta demasiado agradable para ella escuchar sus jadeos entrecortados y notar sus piernas temblar. Le gustaba lo que le estaba haciendo; y lo más sorprendente era que a ella también a pesar de nunca haberlo imaginado.

Ahora comprendía muchas sensaciones. Esa tristeza, esa esperanza… Las últimas palabras que había confesado en aquella canción frente a Bubblegum le bombardeaban la cabeza. Al final no pudo aguantar más y con delicadeza le susurró en un cántico entre seductor y tierno:

Aunque, yo no tengo por qué hacer contacto contigo
Entonces… ¿por qué te quiero?
¿por qué te deseo?

Deseo tenerte

Añadió esa última frase, la que más ansiaba justo en ese momento. En realidad, lo que siempre había anhelado. Tenerla. Engañada por la rabia por ésta corresponderle de esa manera siempre se había conformado con mentiras. Como las mentiras que ya ni recordaba que inventó al final de esa canción la primera vez que la cantó. 

Pues no tenía ningún sentido decir la verdad si la joven le hubiera rechazado de alguna cruel manera ese día; Por otro lado, no sabía bien cómo ni por qué pero ahora sabía que eso no iba a suceder. Los gemidos de la joven y su cuerpo correspondiendo a sus gestos decían suficiente.  

El hecho de admitir que la quería tener entre sus brazos, que quería que fuera suya; era tan estimulante que animaba a que siguiera con cada uno de sus actos irresponsables de los que ni por un momento pensaba en sus consecuencias.

-         Bonnibel…-le llamó destapándola del todo y arrojando la manta de un tirón. Recorrió su silueta con la mano; experimentando esa nueva sensación. Al llegar al borde de la camiseta y ver que tan sólo llevaba ropa interior debajo, esbozó una pícara sonrisa.-Parece que siempre hubieras estado esperando este momento; ¿querías que entrara por tu ventana, Bonnibel?

Con sus seductores susurros, la miró fijamente a los ojos esperando su respuesta. Ella le estaba mirando enfadada, sin embargo su enojo no le intimidaba.

-         ¡Claro que no!- refutó ella con la voz en alto y juntando ambos puños apretados aún contra las prendas del colchón.

Marceline le tapó la boca con una mano y la otra la usó para presionar los labios y chistar.

-         ¿Quieres que nos oigan? –le preguntó pensando que sería la única oportunidad que le daría para que le demostrara que aceptaba como ella la situación tan extraña en la que se encontraban.- Si no quieres entonces no grites.

Lentamente apartó cada uno de sus finos dedos de su boca y en un inquieto silencio, le miró a los ojos y luego a los labios. Bubblegum se mantuvo rígida; estaba en una mezcla de asustada y nerviosa. Pero sin decir palabra. 

La vampiresa sonrió satisfactoriamente y avanzó el rostro; presionó su frente contra la suya  y entrecerrando los ojos se mantuvo a dos centímetros de ella mirando sus labios.

Quería besarlos y a la vez esperaba, no sabía si por disfrutar de la sensación o por qué dudaba de ello. Bonnibel también parecía esperarlo con la misma ansia; mirándole con la boca entre abierta y observando su boca.

- Antes de nada, - quiso aclarar para sentirse más tranquila. Le alzó la barbilla con un dedo, que luego usó para repasar la silueta de sus comisuras.- ¿podré venir otras noches, pequeña dulce?


LAUZ